«Y corriendo delante se subió a un árbol sicómoro para verle». Lucas 19:4
Por lo que la iglesia significa para nosotros los cristianos no podemos, de ningún modo, mirarla con indiferencia. La iglesia no salva pero es el instrumento que Dios usa para la salvación del hombre. Recordemos la historia de Zaqueo, el hombre pequeñito. Jesús era seguido por una gran multitud. La ciudad de Jericó estaba alborozada a su paso. Zaqueo, a quien ya habían llegado las noticias de todas las maravillas que hacía el nazareno, quería ver a Jesús quien fuese. Pero no podía a causa de su estatura. Entonces se subió a las ramas del sicómoro y ya sabemos cómo Jesús le hizo bajar, luego fue a su casa, compartió con su familia y aquello se convirtió en una fiesta.
Cuenta una tradición que Zaqueo todas las mañanas salía bien temprano de su hogar, con un cubo en las manos y se dirigía a las afueras de la ciudad. Intrigada su mujer siguió un día sus pasos y vio cómo llegó a una fuente, llenó de agua el cubo, fue al sicómoro y lo derramó en su tronco. Cuando ella le preguntó por qué lo hacía, Zaqueo respondió: «Porque desde las ramas de este árbol vi yo a Aquel que salvó mi alma.» Es claro que Zaqueo no podía convertir el sicómoro en el objeto de su adoración, pero tampoco podría verlo con indiferencia.
He ahí el secreto de nuestra devoción a la iglesia. La iglesia no salva, pero nos coloca en el sitio desde el cual somos salvados por Cristo. Ella es el recinto sagrado donde pudimos contemplar a Aquel que transformó nuestras almas. De la misma manera que las ramas del sicómoro le dieron estatura a Zaqueo, a nosotros, en la pequeñez de nuestro pecado, nos levanta y nos coloca en el lugar donde el Salvador hace su obra redentora. El hombre que ha pasado por la experiencia transformadora de la salvación, al mismo tiempo que mantiene su fidelidad a su Señor mantiene viva su devoción a la iglesia. Se interesa en su crecimiento para que así como él tuvo allí su encuentro con Jesucristo otros también puedan tenerlo.
ORACIÓN: Te damos gracias, oh Dios, porque hubo un día cuando nuestros pies, traspusieron los umbrales de tu iglesia. Allí sucedió la cosa mas maravillosa: nuestro encuentro contigo. Que ya en este mundo no deseemos sino serte fieles hasta la muerte y leales a tu iglesia. Amén.
PENSAMIENTO: Una vida cristiana autentica, distanciada de la iglesia, es inconcebible.
Tomado de: Luces Encendidas 1998 - Miguel Limardo
Por lo que la iglesia significa para nosotros los cristianos no podemos, de ningún modo, mirarla con indiferencia. La iglesia no salva pero es el instrumento que Dios usa para la salvación del hombre. Recordemos la historia de Zaqueo, el hombre pequeñito. Jesús era seguido por una gran multitud. La ciudad de Jericó estaba alborozada a su paso. Zaqueo, a quien ya habían llegado las noticias de todas las maravillas que hacía el nazareno, quería ver a Jesús quien fuese. Pero no podía a causa de su estatura. Entonces se subió a las ramas del sicómoro y ya sabemos cómo Jesús le hizo bajar, luego fue a su casa, compartió con su familia y aquello se convirtió en una fiesta.
Cuenta una tradición que Zaqueo todas las mañanas salía bien temprano de su hogar, con un cubo en las manos y se dirigía a las afueras de la ciudad. Intrigada su mujer siguió un día sus pasos y vio cómo llegó a una fuente, llenó de agua el cubo, fue al sicómoro y lo derramó en su tronco. Cuando ella le preguntó por qué lo hacía, Zaqueo respondió: «Porque desde las ramas de este árbol vi yo a Aquel que salvó mi alma.» Es claro que Zaqueo no podía convertir el sicómoro en el objeto de su adoración, pero tampoco podría verlo con indiferencia.
He ahí el secreto de nuestra devoción a la iglesia. La iglesia no salva, pero nos coloca en el sitio desde el cual somos salvados por Cristo. Ella es el recinto sagrado donde pudimos contemplar a Aquel que transformó nuestras almas. De la misma manera que las ramas del sicómoro le dieron estatura a Zaqueo, a nosotros, en la pequeñez de nuestro pecado, nos levanta y nos coloca en el lugar donde el Salvador hace su obra redentora. El hombre que ha pasado por la experiencia transformadora de la salvación, al mismo tiempo que mantiene su fidelidad a su Señor mantiene viva su devoción a la iglesia. Se interesa en su crecimiento para que así como él tuvo allí su encuentro con Jesucristo otros también puedan tenerlo.
ORACIÓN: Te damos gracias, oh Dios, porque hubo un día cuando nuestros pies, traspusieron los umbrales de tu iglesia. Allí sucedió la cosa mas maravillosa: nuestro encuentro contigo. Que ya en este mundo no deseemos sino serte fieles hasta la muerte y leales a tu iglesia. Amén.
PENSAMIENTO: Una vida cristiana autentica, distanciada de la iglesia, es inconcebible.
Tomado de: Luces Encendidas 1998 - Miguel Limardo
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