LIBERACIÓN DE UN CAUTIVO
Juan 8:32, 36.
Las lágrimas corrían libremente por el rostro de un anciano mientras trataba de desatar el nudo de un cordón que tenía alrededor del cuello, en el que tenía colgado un pequeño saco. El nudo estaba sucio, y lleno de tierra. El anciano tenía la cabeza doblada como si llevara un gran peso sobre la espalda, su cuerpo temblaba y el temor de lo desconocido se reflejaba en sus ojos. Este hombre era Sampashe, jefe africano.
“No debes confiar en dioses paganos”, le habían dicho, pero el conflicto de siglos de tinieblas y temor se había posesionado de él. ¿Qué calamidades le sobrevendrían si se quitaba este amuleto? ¿No podría conservar por lo menos éste? “No”, le dijeron, si realmente crees en el amor y en el poder de Jesús, debes poner tu confianza solamente en él.”
Parado junto al anciano, en silencio y comprensivo sonriendo para infundirle ánimo y confianza estaba el misionero. Sampashe levantó las manos, pero el viejo nudo no podía deshacerse, pues había estado atado por tantos años que estaba completamente sólido.
El terror se apoderó del corazón de Sampashe. Miró el rostro del misionero y entonces hizo la primera oración de su vida, la cual era un grito en el que pedía auxilio, misericordia y amor. El nudo se aflojó, y a medida que el cordón se deslizaba del arrugado cuello del anciano, también una carga pesada caía de su corazón. Alzando el rostro lleno de lágrimas, Sampashe sonrió triunfante y tomó la mano del misionero en señal de fraternidad cristiana.
Lois Morrison.
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