Cuenta una historia, que dos amigos iban
caminando por el desierto. En algún punto del viaje comenzaron a discutir, uno
de ellos le dio una bofetada al otro. Lastimado, pero sin decir nada, escribió
en la arena: Mi mejor amigo me dio hoy una bofetada. Siguieron caminando hasta
que encontraron un oasis, donde decidieron bañarse. El amigo que había sido
abofeteado comenzó a ahogarse, pero su amigo lo salvó. Después de recuperarse,
escribió en una piedra: Mi mejor amigo hoy salvó mi vida.
El amigo que había abofeteado y salvado a
su mejor amigo preguntó:
-Cuando te lastimé escribiste en la arena y ahora lo
haces en una piedra. ¿Por qué?
El otro amigo le respondió:
-Cuando alguien nos
lastima debemos escribirlo en la arena donde los vientos del perdón puedan
borrarlo. Pero cuando alguien hace algo bueno por nosotros, debemos grabarlo en
una piedra, donde ningún viento pueda borrarlo.
Todos estamos conscientes que perdonar no
es una tarea sencilla, pero si Dios cada día perdona nuestros pecados y faltas
¿Por qué nosotros no seguimos su ejemplo? ¿Por qué nos cuesta tanto perdonar de
corazón a los que nos ofenden? Es momento de dejar a un lado el resentimiento,
la amargura y todos aquellos sentimientos que nos impiden ser felices y
permitir que Dios obre en nuestras vidas con completa libertad, sin que exista
nada que interfiera con el propósito que Él tiene con nuestras vidas, de modo
que cuando tengamos que perdonar, Dios también nos de la capacidad de olvidar.
Una prueba clara de ello será, que cuando recordemos ese incidente, ya no nos
causará dolor ni tampoco sentiremos rencor por la persona que lo cometió, pero
eso no lo lograremos en nuestras propias fuerzas sino con el poder de Dios.
El perdón no es algo que se entrega a los
demás, sino un regalo vital para nosotros mismos.
Pero
yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced
bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen. Mateo
5:44
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